¿Qué es ser normal? ¿Somos normales?
Alguna vez en la vida todos hemos sentido preocupación sobre si algún comportamiento, tipo de pensamiento o sentimiento eran, o no, normales. Los complejos físicos, tan comunes en la población, son un claro ejemplo de esa preocupación que sentimos por ser diferentes, por salirnos de la norma. Como seres sociales que somos, vivimos constantemente comparándonos con los demás. Sabemos cuáles son las cosas que se nos dan bien, y otras que hacemos particularmente mal. A las primeras, posiblemente, les acabemos dedicando más tiempo que a las segundas, porque somos capaces de ver cómo avanzamos y también como los demás nos felicitan o valoran por ello. En cambio, es más fácil que dejemos de lado las segundas, pues sacan a relucir nuestras debilidades. Algo similar ocurre con la salud. Generalmente, vivimos preocupados por estar dentro de la norma, pero nada malo ocurre si tenemos mejor salud que las personas que nos rodean. Sin embargo, algo malo pasa cuando nos encontramos en la parte inferior de la clasificación. Pero, ¿cómo saber dónde estamos sin tener claro qué es la salud?
Actualmente, la OMS define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. ¿Existe una sola persona que pueda afirmar tener salud bajo estos parámetros? ¿Qué implicaciones tiene esto?
¿Dónde acaba y dónde empieza la normalidad?
El problema de qué es normal y qué no lo es afecta de una manera especial a la salud mental. El DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) es el manual de referencia para los profesionales en cuanto al diagnóstico en salud mental, pero presenta varios problemas. El primero de ellos es que, cuando utilizamos la estadística, conocemos la distribución de aquello que medimos, pero no nos ayuda a decidir qué es normal y qué no lo es. Imaginad, por un momento, a Tyrion Lannister; nuestro famoso y característico personaje de Juego de Tronos. Tyrion es una persona con una estatura claramente inferior a lo normal, y eso podemos reconocerlo rápidamente. Lo mismo ocurriría, en el extremo opuesto, si pensáramos en uno de los hermanos Gasol. Indudablemente, podemos decir que las personas que se sitúan en los extremos de la distribución son altas o bajas. ¿Pero qué pasa en la zona en la que situamos un límite? Imaginad que decidimos, aleatoriamente, que una persona alta lo será a partir de 1’85 metros. ¿Por qué una persona de 1.84 metros es normal y una persona de 1.85 es alta? Esta pregunta parece irrelevante, pero no lo es cuando hablamos de los límites de la salud mental.
La normalidad y anormalidad en psicología
La respuesta a la anterior pregunta aparenta ser sencilla. Gracias a la distribución de la media, podemos etiquetar a una persona como alta o como normal en función de qué lugar ocupe en dicha distribución. La estadística parece darnos una respuesta, pero no es tan fácil. Que un comportamiento, sentimiento o emoción se alejen de la media no implica que sea patológico.
Empecemos por lo básico: cuando una persona está sufriendo un brote psicótico, por ejemplo, incluso a una persona con los mínimos conocimientos en psiquiatría o psicología no se le escaparía que necesita ayuda. Sin embargo, cuando hablamos de una depresión o de ansiedad, los límites diagnósticos se difuminan en el horizonte. Esto supone un doble problema: En primer lugar, personas que están pasando por un mal momento en su vida o que lastran con un problema que les supone más dificultades de lo habitual, se ven etiquetadas con un diagnóstico innecesario que a veces acarrea la cronificación (a este tema le dedicaremos uno o varios artículos) de un supuesto trastorno que no tenían. Por otra parte, pacientes que sufren depresión experimentan a veces cómo algunas personas banalizan su sufrimiento a causa de estos límites difusos que a veces ni los propios profesionales parecen tener claros.
El segundo problema radica en que los términos diagnósticos son una descripción de una serie determinada de problemas “psiquiátricos”, no una explicación de sus causas. Decir que una persona tiene depresión es una descripción de su problema, pero no nos explica las causas de su problema. Decir que una persona está triste porque tiene depresión nos lleva al argumento circular de afirmar, también, que tiene depresión porque está triste.
El fin de la normalidad
Actualmente, cerca de la mitad de la población estadounidense es diagnosticada con un trastorno mental a lo largo de su vida (1). En Europa, cerca del 40% (2). Incluso hay estudios que hablan de que el 80% de la población, a la edad de 21 años, cumplían los requisitos para ser diagnosticados de un trastorno mental (3). Pareciera que la normalidad está empezando a ser completamente anormal. Gente que no padece ningún trastorno o enfermedad, que está pasando una etapa difícil en su vida, sufre las consecuencias de una etiqueta diagnóstica y un tratamiento que no necesitan. El estigma en los trastornos mentales es realmente duro. Comentarios y rumores entre las personas que te rodean, risas, ser excluido del grupo, sufrir de un paternalismo inapropiado, dificultades para encontrar una pareja o acabar perdiéndola… De hecho, termina por afectar a la propia percepción que la persona tiene de sí misma. Y esto, ya de por sí negativo en personas que padecen un trastorno, se convierte en dramático cuando le ocurre a una persona diagnosticada erróneamente. Personas que terminan por creer que son defectuosas, que ellos son el problema y que no se merecen que les pase cosas buenas. Personas que al ser etiquetadas como enfermas empiezan a comportarse como tales, una auténtica profecía autocumplida.
La situación actual en la Salud Mental
Uno podría estar pensando que la Psiquiatría y la Psicología siguen criterios objetivos con límites fijos para evitar lo que hemos contado hasta ahora. Pero lo cierto es que no. Una de las personas más importantes dentro del mundo de la psiquiatría, Allen Frances, que participó en la creación del DSM III y dirigió el grupo encargado de elaborar el DSM IV, pronunció las siguientes palabras en su libro ¿Somos todos enfermos mentales?:
“La ausencia de pruebas biológicas es una enorme desventaja de la psiquiatría, y eso significa que actualmente todos nuestros diagnósticos se basan en juicios subjetivos intrínsecamente falibles y sometidos a cambios caprichosos.” (4)
Los criterios diagnósticos del DSM han ido cambiando con el tiempo, y el número de personas que entran en sus moldes es cada vez mayor.
Nuestro enfoque del problema
Nuestra posición implica reconocer que los trastornos mentales existen, que no se deben a una única causa y que se han ampliado los límites diagnósticos incluyendo personas no patológicas que tienen dificultades en su vida. Tanto las personas que tienen un trastorno, como las personas que están pasando por alguna dificultad que se le atraganta, pueden recibir la ayuda de un profesional para poder resolver, cada uno, su respectivo problema. Simplemente, somos conscientes de que existen muchas personas que han visto su vida perjudicada por un diagnóstico erróneo, con la etiqueta que ello supone, y un tratamiento farmacológico que no necesitaban. Hipócrates mencionó una vez que “es más importante saber qué clase de persona padece una enfermedad, que saber qué clase de enfermedad padece una persona". Lo ideal parte por conocer ambas.
Si quieres saber más sobre nosotros, puedes encontrarnos en:
Graduado en Psicología en la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Psicología del Deporte y la Actividad Física. Instructor Fitness por la EuropeActive.
Socialmente hablando, supongo que lo «normal» es lo que hace, lo que piensa, la gran mayoría. Esto, en si mismo, no lo hace ser bueno ni malo. Depende. La «normalidad» cambia por épocas, puede haber evolución y/o involución. También cambia por sociedades, por grupos. por culturas. Lo que es «normal» en unas puede no serlo en otras. No se hasta que punto esto es aplicable a la psicología y/o psiquiatría.
Muy buen artículo, muy interesante.