¿Qué pensarías si te dijesen que una simple pastilla de azúcar puede ser igual de terapéutica que un medicamento en el que se han invertido millones si, simplemente, el paciente cree que se va a curar? Esta idea, en un principio tan descabellada, ha hecho que durante décadas mucha gente-entre ellos profesionales- pensaran que el efecto placebo no existe. Pero antes de continuar, ¿qué entendemos por efecto placebo? Durante cientos de años el ser humano ha confiado su salud a chamanes, druidas, brujas, a la religión y, finalmente, a la ciencia. Sin embargo, en la era de mayor avance científico, todos los años escuchamos noticias sobre terapias que no tienen evidencia científica mientras que, habitualmente, alguien de nuestro entorno ha probado alguna y afirma que le ha sido útil. Lo mismo ocurría hace siglos con los remedios ‘mágicos’, los curanderos o la fe. Efectivamente, como sospechas, el efecto placebo juega un papel importante pero, ¿cómo funciona este efecto? ¿Lo hace solo en las personas que se lo creen? ¿Y en todas las enfermedades?
Llamamos efecto placebo a aquel que se produce cuando algo que no es un medicamento, u otro tipo de intervención médica o terapéutica, tiene un efecto medible sobre nuestra salud. Inicialmente se pensaba que el placebo era algo que simplemente se daba al paciente para complacerlo, sin que pudiese tener algún tipo de efecto sobre la enfermedad. Sin embargo, en la década de los 50 los científicos se dieron cuenta de que este efecto sí que existe, y empezaron a investigarlo. En un principio, lo empezaron a utilizar para conocer más acerca de los medicamentos. En otras palabras, para considerar un medicamento como eficaz en los estudios experimentales tendría que mostrarse superior a un placebo. Más recientemente, a alguien le pareció interesante que una simple pastilla de azúcar pudiese tener efectos directos en nuestra salud, y decidió estudiar el porqué. Fue exactamente en ese momento cuando se empezó a estudiar el efecto placebo.
¿Realmente funciona el placebo?
Para empezar a comprender el efecto placebo es importante entender que la manera en la que nos sentimos depende en gran medida de cómo anticipamos que nos sentiremos. Que un medicamento funcione no solamente depende del principio activo, hay muchos factores que pueden aumentar o disminuir la eficacia de dicho medicamento. Por ejemplo, en un estudio con personas con dolor, cuando se administraba morfina a estos pacientes de forma intravenosa sin decírselo, la morfina reducía el dolor la mitad que cuando se comunicaba a los pacientes que iban a recibir una dosis de morfina. Este es un ejemplo de cómo las expectativas pueden potenciar la acción de un medicamento. Si creo que estoy recibiendo un tratamiento médico potente, este puede tener un mayor efecto. No obstante, con los placebos podrían ocurrir dos cosas: Pueden lograr que nos sintamos mejor, pero no pueden conseguir que estemos mejor; o bien pueden conseguir ambas cosas.
Al ser el dolor una medida subjetiva (solo podemos saber cuánto dolor siente alguien preguntándole) basada en nuestra propia percepción, la persona que toma un placebo puede sentirse bien pero no mejorar físicamente. Por tanto, la patología sigue presente pero la persona se siente más aliviada. Este sería el caso, por ejemplo, de falsas operaciones (donde se seda a la persona y solamente cortan y cosen, pensando esta que ha sido intervenida realmente) que consiguen un mayor bienestar en la persona y una reducción significativa del dolor prácticamente idénticas a las de una operación real. Entre este tipo de estudios destaca uno realizado por Moseley y col., en el que intentando averiguar qué era exactamente lo que ayudaba a reducir el dolor en las operaciones de rodilla para pacientes que padecían osteoartritis, decidieron hacer 3 grupos. A los pacientes del primer grupo se les rebajaría el cartílago dañado, a los del segundo grupo se les limpiaría la articulación para eliminar cualquier material que pudiera estar causando la respuesta inflamatoria y, finalmente, al tercer grupo se le haría una falsa operación con un procedimiento idéntico a una real (se hacían las mismas incisiones tras sedar al paciente y, tras 40 minutos hablando y actuando como si estuviese operando, se cosían) pero sin intervención. A los 3 grupos se les administraron los mismos cuidados en el postoperatorio. La sorpresa para Moseley y el resto de investigadores fue que tras la operación, y durante los dos años siguientes de seguimiento, no había diferencias entre los grupos en el dolor, ni siquiera en la funcionalidad (1).
Por otra parte, si el placebo pudiese conseguir que también estemos mejor se producirían también cambios en medidas objetivas de la enfermedad. Es importante resaltar en este punto de la lectura que hay dolencias, enfermedades y trastornos en los que el placebo es más efectivo que en otras, y puede que en algunas no tenga ningún tipo de utilidad (como enfermedades víricas o bacterianas). La investigación, como has leído anteriormente, es reciente y hay muchas preguntas que quedan por responder. Sin embargo, tenemos algunas pistas sobre que el efecto placebo no solo produce cambios subjetivos, sino también objetivos. Por ejemplo, en un estudio en el que los pacientes y los médicos pensaban que estaban recibiendo ultrasonidos para el dolor posterior a la extracción de una muela, cuando en realidad no estaban recibiendo nada, la respuesta placebo no solo disminuyó notoriamente su dolor, sino también medidas objetivas (2, 3). Quienes recibieron el falso tratamiento, también reducían significativamente el número de contracciones involuntarias de los músculos de la mandíbula (trismo) y una significativa disminución de la inflamación.
Pero, ¿y si vamos un paso más allá? ¿Podría llegar a revertir síntomas que en realidad el propio fármaco causa? La respuesta es sí, al menos en algunos casos. Por ejemplo: En un experimento a un grupo de mujeres que experimentaba fuertes náuseas les dijeron que se les inyectaría un potente medicamento para curar las náuseas, pero este en realidad las provocaba en vez de eliminarlas. Las mujeres no sólo sintieron menos náuseas después de la inyección, sino que la actividad estomacal relacionada disminuyó de forma objetiva (4).
En lo que respecta a la salud mental, no es ajena a todo esto. El ejemplo más característico es la depresión, donde la investigación sugiere que más del 75% del efecto de los antidepresivos se debe al efecto placebo (5).
¿Por qué funciona el placebo?
Creencias
La primera respuesta a esta pregunta es bastante intuitiva. El placebo funciona porque creemos que lo hará, pero no es suficiente con esto. También se debe creer que se ha producido una intervención médica. Evidentemente, estas creencias varían enormemente entre culturas. Los símbolos médicos en el mundo occidental (batas blancas, artefactos, salas de espera) son muy diferentes de los que hacen que una tribu africana reconozca una situación clínica. Si un aborigen africano recibiera una solución salina en un hospital de Europa, seguramente pensara que no le están dando tratamiento alguno, y por tanto no habría una respuesta placebo.
Está bien saber que las creencias pueden hacer mejoremos, ¿pero qué explicación tiene esto? Pues actualmente muchas, y a la vez muy pocas. Gracias a la investigación sabemos que, en el caso de ciertos tipos de dolor, si inyectamos naloxona a la persona el efecto placebo desaparece. Esto nos indica que las endorfinas juegan un papel importante en el efecto placebo. Sin embargo, como la naloxona no suprime el efecto placebo en todas las patologías, hay otros mecanismos que no han sido estudiados que nos demuestran la alta complejidad de este proceso.
Condicionamiento
La segunda respuesta posible está en el condicionamiento. Es decir, gracias a nuestra historia de aprendizaje sabemos que los fármacos provocan una mejora en nuestra salud, lo que refuerza nuestras expectativas. Pero hay investigadores que sugieren que este mecanismo puede llegar más lejos. ¿Te suena el famoso experimento de Pavlov en el que conseguía que unos perros salivaran al ver cosas que no deberían hacerlos salivar? Pues el sistema inmunitario también se puede condicionar. Un grupo de investigadores rusos expusieron repetidamente a un grupo de animales a un estímulo neutral que consistía en rascarlos un poco antes de inyectarles una sustancia inflamatoria. Su sistema inmunitario aprendía la asociación entre rascar e inflamación, así que, posteriormente, el hecho de rascarse ellos mismos suavemente era suficiente para provocar una inflamación y rojez (6). De hecho, se ha conseguido condicionar hasta tal punto la supresión del sistema inmune, que en experimentos las ratas llegan a morir por la respuesta inmunosupresora tras tomar, solamente, sacarina (7).
¿Es esto posible? Pues gracias a Nicholas Voudouris, sabemos que sí. Voudouris ideó un experimento para saber si esto también pasaba con los humanos. Preparó una falsa crema analgésica con un olor característico y les dijo a diez voluntarios que esta crema tenía un efecto analgésico local. Después conectó sus brazos a un aparato diseñado para generar dolor, desde una sensación de picor a calambres muy fuertes, según la intensidad. Los investigadores subían la intensidad progresivamente y, cuando resultaba intolerable, los voluntarios hacían una señal para que apagasen la máquina. Así midieron la tolerancia al dolor con y sin placebo.
Los voluntarios se sometieron a seis pruebas: 3 con crema/3 sin crema. Sin que lo supieran, el aparato disminuía la potencia cuando se les daba la loción falsa para que creyesen que actuaba de verdad. En una prueba final, en una situación con la pomada y otra sin ella, aguantaron mucho más tiempo el dolor con esta que sin ella al mismo nivel de potencia (8). Como al principio Voudouis dijo que la crema tenía efectos analgésicos (y esto podía interferir con las expectativas), reclutó a diez nuevos voluntarios y los sometió a la misma prueba pero, en lugar de reducir la potencia, la aumentaba. Los resultados que obtuvo fue que los nuevos voluntarios soportaban el dolor menos tiempo que los de la primera fase.
Otro ejemplo de condicionamiento es, por ejemplo, la disminución de la actividad actividad del sistema inmune de pacientes con quimioterapia tras la mera visión de un hospital o el olor de este, debido a que asocian profundamente el hospital con la quimioterapia (9). El condicionamiento, por tanto, influye en la respuesta placebo. Sin embargo, dejar de lado los procesos cognitivos superiores (razonamiento, procesamiento de la información) sería tomar como irrelevantes a factores clave en la activación de la respuesta placebo, tanto que pueden llegar a invalidar los efectos del condicionamiento (10).
Conclusiones
El efecto placebo no es magia, ni un mito. Lo que empezó siendo utilizado para complacer a determinados pacientes ha demostrado tener una utilidad clínica real que, en determinados casos, llega a alcanzar beneficios similares a intervenciones utilizadas actualmente, teniendo menores costes asociados. Esto no es, de ninguna forma, una defensa de las prácticas pseudocientíficas utilizadas para obtener beneficio económico a cambio de la esperanza o desesperación de las personas. Es, más bien, un reclamo. Si defendemos una regulación de las llamadas ‘terapias alternativas’ bajo el lema de que no han mostrado evidencia, no podemos permitir no someter a la crítica determinadas intervenciones consideradas eficaces que no superan de forma significativa al efecto placebo o que, en caso de hacerlo, sus costes son demasiado elevados como para compensar la diferencia clínica entre ambos. Es someter a una revisión crítica también nuestra actuación como profesionales. Si las esperanzas, expectativas, creencias y el trato que recibe una persona afectan a los resultados del tratamiento, cuidar estos detalles no debería considerarse algo simplemente ético, sino un deber profesional. Que cada vez más personas acudan a las terapias alternativas puede ser el resultado de abandonar el lado humano confiando ciegamente en el tratamiento médico. El triste desenlace de visitas cada vez más cortas, y prescripciones más rápidas. O puede que, tal vez, solo sean suposiciones. Por qué no, quizás hablemos de ello en otro capítulo.
Referencias bibliográficas:
1. Moseley, J. B., O'Malley, K., Petersen, N. J., Menke, T. J., Brody, B. A., Kuykendall, D. H., ... & Wray, N. P. (2002). A controlled trial of arthroscopic surgery for osteoarthritis of the knee. New England Journal of Medicine, 347(2), 81-88.
2. Hashish, I., Hai, H. K., Harvey, W., Feinmann, C., & Harris, M. (1988). Reduction of postoperative pain and swelling by ultrasound treatment: a placebo effect. Pain, 33(3), 303-311.
3. Hashish, I., Harvey, W., & Harris, M. (1986). Anti-inflammatory effects of ultrasound therapy: evidence for a major placebo effect. Rheumatology, 25(1), 77-81.
4. Buckman, R., & Sabbagh, K. (1995). Magic or Medicine? An Investigation of Healing & Healers, Pan Books, Londres. p.178-179.
5. Kirsch, I. (2010). The emperor's new drugs: Exploding the antidepressant myth.
6. Martin, P. (2016). The sickening mind: Brain, behaviour, immunity and disease. HarperCollins UK, p. 100.
7. Ader, R., & Cohen, N. (1975). Behaviorally conditioned immunosuppression. Psychosomatic medicine, 37(4), 333-340.
8. Voudouris, N. J., Peck, C. L., & Coleman, G. (1989). Conditioned response models of placebo phenomena: further support. Pain, 38(1), 109-116.
9. Evans, D. (2003). Placebo: The belief effect (pp. 103-5). London: HarperCollins. p. 147.
10. Montgomery, G. H., & Kirsch, I. (1997). Classical conditioning and the placebo effect. Pain, 72(1-2), 107-113.
Graduado en Psicología en la Universidad de Santiago de Compostela. Máster en Psicología del Deporte y la Actividad Física. Instructor Fitness por la EuropeActive.